Relatos eróticos | El postre camino al restaurante

El postre camino al restaurante

Hacía mucho que no nos dedicábamos un momento para nosotr@s lejos del sofá y la manta y ayer era nuestra noche para reconectar. Días atrás compré un vibrador que se coloca en las braguitas y se maneja con un mando, pensando en llevármelo puesto a la cena y darle el mando para que me tuviera a su merced. ¡Lo que me gusta provocarle!

Vibrador que se pone en la braguita Cala de Platanomelón

Este es el vibrador de la protagonista. ¿Te atreves? VER MÁS ❯

Mientras nos poníamos el abrigo le di el mando. Ya solo su cara, entre la sorpresa y el morbo, me estaba encendiendo; la noche prometía. En el ascensor nos encontramos con vecin@s que también salían, y se ofrecieron a acercarnos al centro en coche. Agradecimos el detalle, especialmente en una noche tan fría como aquella. Nos sentamos atrás y emprendimos el camino.

Íbamos l@s cuatro hablando en el coche de la última reunión de escalera y de los cotilleos del edificio, cuando veo a Juan trasteando en el bolsillo. Como leyéndole la mente le niego con la cabeza y los ojos abiertos de par en par, y él sonríe con una picardía malvada, activando acto seguido el vibrador. Un suave ronroneo comenzó en mi ropa interior, provocándome un ligero espasmo. Él continuaba la conversación como si lo que pasara entre mis piernas le fuera completamente ajeno.

Mi rostro se iba descomponiendo entre el placer, la vergüenza y el morbo que me daba la situación. Teníamos muy buena relación con est@s vecin@s, pero no tanta confianza como para orgasmar en el asiento trasero de su coche. Juan probaba una nueva intensidad, y se me hacía inevitable moverme levemente en el asiento, agarraba su rodilla y le mantenía la mirada, viendo en ella lo embriagado de poder que estaba y lo mucho que le gustaba poder jugar conmigo así.

“Cariño, ¿estás bien?”, me preguntó Juan. “Sí, tienes el gesto tenso, ¿necesitas que paremos?”, preguntó el conductor. Tuve que rebajar mi entusiasmo unas cuantas notas antes de responder “Sí, bien, no pares, no pares”, viendo como Juan se reía para sí tras escucharme, poniéndome más nerviosa aún. Nueva intensidad. Mi mano viajaba de su rodilla hacia el muslo, apretándolo fuerte y rozando su bragueta. Ahora era él el que se removía en el asiento y se vengó con una nueva intensidad.

Arqueaba la espalda lo más discretamente posible y movía las caderas en pequeños círculos, provocando que a tiempos el vibrador presionara con más fuerza mi clítoris e intensificara así su acción. Conseguí colar la mano en el pantalón de Juan, sin que se percibiera nada desde delante por la oscuridad y protección de los asientos. Acaricié su húmedo glande y me mordí el labio. A estas alturas dudaba si iríamos a cenar o buscaríamos dónde acabar el postre antes. Su mirada más perversa, con la intensidad del vibrador a tope y Juan diciéndoles que nos dejaran ya por donde pudieran que íbamos dando un paseo; ¡no había duda, primero el postre!

Nos despedimos y salimos del coche como pudimos, recolocándonos la ropa y fingiendo cara de póker. Seguí a Juan hasta un pequeño recoveco en la calle, allí me sujetó las manos por encima de la cabeza, abrí las piernas un poco y él colocó su rodilla contra mi vulva, presionando el vibrador a tope, moviéndose suavemente para aumentar el roce y mi excitación.

...

Sus labios recorrían mi cuello cuando, a tres calles del restaurante, me recorrió un potente orgasmo. No sabía qué cenaríamos, pero tenía claro que, de postre, quería repetir.

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