Alex, con la voz pausada y recreándose en el recuerdo, me relataba su última aventura mientras compartíamos unas cervezas.
—No imaginaba que hacer pan pudiera ser tan divertido... —iniciaba Alex.
—Me tienes en ascuas con tu aventura artesanal —me impacienté.
—Bueno, ya sabes que me gusta probar cosas nuevas, en todos los ámbitos... Me encontré con un anuncio de un taller de pan artesanal, y mira, que no tenía yo nada que hacer el día que lo hacían, y me apunté. Lo que no esperaba es que iba a ser la única persona en acudir al taller...
—Joder, ¡qué éxito! —exclamé.
—Parece ser que la fecha estaba mal en el anuncio que vi, pero el profesor me pidió disculpas y me ofreció aun así un taller individual. ¿Cómo desaprovechar la atención personalizada? Y ahí estábamos, los dos solos en el obrador, hablando de panes, harinas, masas y semillas, con las manos ya bien metidas en harina, literalmente. Y una conversación llevó a otra, hasta que dejó caer que a la próxima podría ir con mi pareja.
—Uh, ese te estaba tirando caña con la excusa —dije entre risas.
—¡Evidente! Cuando le dije que no tenía pareja me suelta “Es una pena desaprovechar esa habilidad que tienes con las manos”. Y sin cortarme le respondí “¿habilidad? No has visto nada...”, y le saqué la lengua con un guiño. Y, vaya, el horno no era lo que más se estaba calentando cuando acabé la frase...
—Te faltó hacerle una demostración —se hizo el silencio y su mirada flotaba sin posarse. Tuve que preguntar:— ¿O se la hiciste?
—Yo no suelto sedal si no quiero pescar. ¡Claro que se lo demostré! Me parecía tonto seguir ignorando las intenciones que ambos habíamos manifestado por el otro. Con las manos pringadas de masa le manché la nariz y me acerqué al grifo a lavármelas; él me siguió y, desde atrás con sus brazos a mi alrededor, se aclaró también.
Se regodeó frotándose suavemente contra mi culo mientras sus manos buscaban urgentes en mi pantalón. Sobra decir que se encontró un saludo firme bajo la tela. Me acarició el pene con una delicadeza desconocida para mí, y me encendió tanto que me asalvajé de golpe. Le giré y cambiamos posiciones, él contra el lavabo y yo detrás; tenía que demostrarle mis habilidades…
Besé su cuello al tiempo que llevaba mis manos a sus caderas y me movía contra él. Desabroché su pantalón y lo bajé lo justo para liberar su latente erección y ese increíble, redondo y pálido culo. Sin cesar mi roce comencé a masturbarle, primero despacio, incrementando el ritmo a medida que lo hacía su respiración. Se agarraba con fuerza al lavabo sin dejar de gemir y apretarse contra mí.
Llevé un dedo a su boca y dejé que lo lamiera. Si yo tenía habilidad con las manos, la suya claramente estaba en la lengua. Le mordí el cuello y me separé lo justo para poder acercar el dedo previamente humedecido a su ano, tentándolo, pero sin llegar a meterlo. “Hazlo ya, por favor”, me suplicó cuando ya no aguantaba más la tensión a la que le estaba sometiendo. Y eso hice, lo introduje despacio pero firme, sin dejar de recorrer su pene a ritmo frenético con la otra mano. Saqué el dedo y volví a meterlo acompañado de otro más, y te prometo que noté cómo se le erizaba toda la piel. Le penetraba con rapidez, oyéndole gemir con más intensidad. Sus manos se agarraban con más fuerza al lavabo, sus piernas empezaban a temblar y, precedido de un instante eterno conteniendo la respiración, eyaculó con fiereza en mi mano. “¿Qué te parece ahora mi habilidad con las manos?”, le pregunté, y su amplia sonrisa fue respuesta más que suficiente.
—Joder, ¡qué brutal! —dije envidiosa y claramente excitada.
—La semana que viene volvemos a tener taller, esta vez en su casa —sonrió pícaramente.
...
—Oye, Alex, ¿qué te parece si vienes a casa y me enseñas algunas técnicas de amasado? —dije acalorada.
—¿Ahora? Se tarda en...
—No te preocupes —le corté—, el horno ya está caliente... —apuntillé, percibiendo al fin en su cara que había recibido el mensaje.
—Pues lo cierto es que creo que puede gustarte cómo hago… la masa. Será un placer enseñártelo.