Segundo premio - Concurso Relatos Eróticos
Autorx: Priscila
—¡Hola Laura! ¿Cómo estás?
Otra vez la misma historia de siempre, conversación vacía y sin llegar a ningún sitio. Silencio por mi parte como respuesta a ese mensaje. Aún así, la pantalla del móvil se volvió a iluminar.
—¿Te apetece que cenemos esta noche?
Yo sabía que mi respuesta debía ser negativa, pero mis dedos se morían por contestar un sí a esa pregunta. Con Hugo había empezado a disfrutar de las relaciones, de mi sexualidad, a conocer mi cuerpo… Pero no, no podía ser. Después él desaparecía y no volvía a dar señales de vida en una semana.
—¿Laura?
Pensé en eliminar los mensajes y buscar la opción de bloquear contacto, pero un calor insoportable en mis mejillas me impidió hacerlo.
—¡Hola Hugo! Bien… he estado liada esta tarde… ¿tú qué tal?
—Con muchas ganas de verte… Prometo llevarte a un sitio que te va a encantar.
—Hugo…no sé si es buena idea que nos volvamos a ver.
—Únicamente a cenar Laura… de verdad.
Yo ya sabía cómo iba a acabar aquello antes de que empezara. Pero el rubor de mis mejillas fue bajando hasta llegar a mis dedos, que atinaron a escribir un torpe…’ bueno, vale’.
—Genial, te recojo en una hora y media.
Durante esos noventa minutos, me dediqué a arreglarme cuidadosamente para sentirme la mujer más sexy del mundo. Era verano y hacía calor, pero decidí ponerme un vestido largo con abertura en el lateral, que dejaba entrever mi figura y el moreno de mis piernas. Por supuesto, la ropa interior también la elegí con picardía, aunque intentando convencerme a mí misma de que únicamente la iba a ver yo al volver a casa. Me dejé el pelo suelto, me puse el carmín granate y me subí a las sandalias. ¡Lista!
Frente al portal de mi casa, Hugo me esperaba a las nueve y media, tan puntual como siempre. Estaba especialmente guapo. Ese dorado del sol de julio todavía le marcaba más las facciones y le resaltaba esa sonrisa que me dejaba sin aliento.
—¡Qué bien te sienta el verano! —dijo mientras buscaba la dirección del restaurante en su móvil.
El trayecto fue incómodo. Era una mezcla entre deseo y rechazo a partes iguales. El vino blanco que elegimos para cenar nos ayudó a suavizar la situación.
—Estás preciosa, Laura. Es tenerte delante y perderme.
Intenté desviar el tema, pero sus ojos me devoraban y, muy a mi pesar, los míos hacían lo propio con él. Aguantamos la cena sin prácticamente tocarnos, quizás algún roce nervioso de manos, pero nada más allá.
—Es pronto todavía —dijo cuando salimos del restaurante.
—Conozco un sitio cerca de la playa donde podemos ir a tomar algo —propuse sin pensar en las consecuencias.
Nos dirigíamos hacia el bar, cuando de repente me cogió por la cintura y me plantó un beso de película. Pero no fue un beso de comedia romántica. Nuestros labios se encontraron con desespero, nuestras lenguas se perdían en cada recoveco. Saboreamos cada momento de ese beso como si fuese el primero y a la vez el último que nos fuéramos a dar. Seguimos caminando hacia el bar, pero ya estábamos perdidos.
Nos pedimos un par de copas y nos sentamos en el sofá más alejado que había. Como era verano y estábamos al lado de la playa, a nuestro alrededor había mucho turista que no entendía nuestro idioma… ¡y menos mal! Nuestra conversación fue subiendo de tono…
—Laura, por las noches sueño que te tengo en mi cama. Que te desnudo lentamente y busco todos los lunares de tu cuerpo con mi lengua. Después te vendo los ojos y tú te dejas llevar…
—Hugo, por favor, para. No sabes lo mojada que estoy ya.
—Déjame comprobarlo.
Aprovechó que la mesa de nuestro lado se levantó a pagar para meter su mano por la abertura de mi vestido y comprobó que no mentía.
—Dame tu ropa interior y déjame que me la quede toda la noche —me susurró al oído.
El rubor volvió a mis mejillas, pero me apetecía jugar. Me dirigí al cuarto baño y me miré al espejo. En mis ojos vi deseo, ganas de llegar hasta el final. Deslicé mis braguitas negras de encaje por mis piernas y las metí con fuerza en mi puño. Estaban empapadas.
Sus ojos recorrieron todo mi cuerpo cuando salí del baño. Se pararon a la altura de mis caderas y sus labios sonrieron complacidos. Abrí su mano y allí dejé mis braguitas junto con un consentimiento implícito de querer explorar una vez más su cuerpo.
Seguimos besándonos. El cuello, el lóbulo, los labios…. Mi excitación (y la suya por lo que pude palpar) empezó a resultar insoportable, por lo que decidimos irnos de allí. En cuanto entramos al coche, metió su mano en mi entrepierna y yo...me dejé llevar.
—No, no. No tan rápido —dijo sonriendo.
Y arrancó. Yo quería matarlo en ese momento, pero entonces, llegamos a un semáforo en rojo. Y su mano volvió a mí. Verde de nuevo. Ese placer intermitente todavía me excitó más. El camino hasta mi casa es una avenida muy larga con una decena de semáforos… y en cada uno íbamos investigando nuestro cuerpo de maneras diferentes. No pensamos que no estábamos solos en la ciudad, pero nos dio igual. Cada semáforo en ámbar era una nueva oportunidad de dejarnos llevar y sentir el placer de tocarnos.
Cuando pensé que no podía más, llegamos a mi portal. Ni siquiera esperamos a subir. Puso punto muerto y me cogió en brazos. Me arrancó el vestido y besó mi pecho con ímpetu, sintiendo el ardor de mis pezones. Mientras tanto, yo buscaba su pene con impaciencia, ansiosa por meterlo en mi boca y hacerle gritar de placer.
—¡Para, estoy a punto! —gritó de repente.
Entonces me senté sobre él y dejé que me penetrara. La respiración se aceleró y terminó convirtiéndose en un jadeo. Agarré su pelo mientras me hundía en sus caderas. Él estaba a punto de llegar y yo también, ya nos conocíamos de sobra. Mis brazos lo rodearon y los dos perdimos el control. Mis mejillas ardían y sus manos temblaban. Estábamos empapados en sudor y saliva.
...
—¡Hola, Laura! ¿Te apetece cenar en un tatami esta noche? Tengo algo que devolverte que encontré en el bolsillo de mis pantalones —me escribió una semana más tarde.