Clímax en el tren

Clímax en el tren

Primer premio - Concurso Relatos Eróticos 

Autorx: José Morón

 

El reloj pasaba generosamente de las nueve y media de la noche y él se hace paso entre la poca gente que había ya en la estación de trenes de Santa Justa, en Sevilla. Corre por toda la estación, arrastrando su maleta con él mientras se dirige al mostrador esperando que no hubiera demasiada gente comprando billetes ya que no quedaba demasiado tiempo para que saliera su tren, destino Cádiz.

- Solo una persona esperando. Vale, me da tiempo -se dijo para sí mismo mientras miraba la hora. Quedaban menos de 5 minutos para que saliera su tren.

Llegó su turno y pidió rápido su billete. Mientras lo imprimían, preguntó la vía por la que salía y se dirigió allí a toda prisa. Bajó las escaleras mecánicas y buscó su vagón sin dejar de correr.

- Coche número 3, asiento 132 -comprobó. 

Subió al tren y se hizo paso en el pasillo buscando su asiento. Para cuando lo encontró, una pareja se encontraba sentada en su sitio y no dejaban de comerse a besos.

- Perdonad, pero este es mi asiento -comentó él.

- Sí, perdone. ¿Le importaría que nos sentáramos juntos? Es que nos han dado asientos separados y somos pareja -le respondió el chico. Él, pensó durante un par de segundos y no dudó en asentir.

- Sí, sin problema. ¿Puedes decirme cuál era tu otro asiento? Así no ocupo uno que es de otra persona.

- Sí, mira, vagón 6, asiento 14.

Intercambiaron sus billetes y se dirigió al vagón número 6, que resultó ser el último del tren. Había apenas un par de personas allí. Un hombre de negocios, consultando su portátil sin levantar la mirada de la pantalla, una mujer mayor y una chica joven con unos auriculares muy grandes, totalmente abstraída de lo que sucedía a su alrededor.

Colocó su maleta en el lado contrario a su asiento, en la parte superior, y se quitó la chaqueta para ponerla encima. Llevaba unos pantalones vaqueros rotos, enseñando las rodillas, unos botines de cuero marrón y una camisa azul y negra, que se remangó hasta los codos para ganar algo de fresco ya que se sentía muy acalorado tras la carrera.

Su asiento era de pasillo, quedando libre el de la ventana. Sabía que el tren hacía muchas paradas hasta Cádiz por lo que decidió no ocupar el sitio de la ventana, pensando que tarde o temprano alguien podría ocuparlo y tenía ganas de ponerse los auriculares, escuchar su música y relajarse la hora y tres cuartos que duraba el viaje.

Cerró sus ojos y se concentró en su música. Una canción. Dos canciones. Tres canciones. Había tenido un día duro y era su momento para evadirse de todo. Puede que se quedara dormido unos minutos. Perdió un poco la noción del tiempo hasta que alguien tocó su hombro y turbó la tranquilidad en la que estaba inmerso. Era una mujer, que le pidió permiso para poder pasar a su asiento. Él no cruzó su mirada con ella. Su vestido azul claro llamó toda su atención. Se apartó hacia el lado, dejándola pasar, y ella le dio la espalda mientras se desplazaba de lado hacia su asiento.

Todo iba a cámara lenta. No pudo apartar la mirada de su trasero. El vestido era lo suficientemente ceñido como para intuir su ropa interior, que envolvía una cintura tan peligrosa que hizo que su corazón fuera más rápido que el propio tren. Ella se sentó y dejó su bolso en el suelo a la vez que dirigió su mirada hacia la ventana. Mientras, él, no dejó de mirar sus piernas. 

Ella era atractiva. Cerca de los treinta años. Melena negra por debajo de los hombros, varias cadenas en sus muñecas y usaba deportivas, además de ese vestido azul el cual se subió un poco más hacia arriba al estar sentada. Él, tragó saliva y se recolocó en su asiento, cruzándose de brazos mientras imaginaba cómo sería su cara. No pudo verla ya que le dio la espalda al sentarse y pensó que sería demasiado descarado si miraba hacia su lado y ella no apartaba su mirada del horizonte que corría a toda velocidad a través de la ventana.

Hizo una comprobación de la gente que estaba a su alrededor y vio que la mujer mayor ya no estaba en el vagón. Solo quedaba el hombre de negocios, que seguía centrado en su portátil y la chica de los auriculares. Los dos, lejos de la escena. La música seguía sonando mientras de reojo, no le perdía atención a las piernas de su acompañante. Se notaban trabajadas. Seguro hacía deporte y las cuidaba. Llevaba unas medias transparentes, que se perdían dentro de ese vestido que empezaba a provocarle demasiadas fantasías por cumplir.

Pasaron unos minutos y él decidió reposar su brazo en uno de los laterales del asiento. La chica no se había movido ni un ápice y para entonces, él creyó saberse el recorrido de esas piernas casi de memoria. Mientras las observaba, ella dejó caer su brazo en el lateral y sus antebrazos se rozaron por un milisegundo. Fue casi imperceptible, pero pudo notar toda la energía que desprendió. A veces, solo hace falta un simple roce para encender la chispa de la mayor de las fantasías. Sus brazos estaban a una distancia mínima. El movimiento del tren hacía que de vez en cuando, sus pieles volvieran a chocar y por cada vez que lo hacían, algo más grande se instalaba debajo del pecho de él. Sus miradas seguían sin cruzarse. Ella decidió apartar la mirada de la ventana y pudo intuir que él no dejaba de mirar sus piernas. Esbozó una leve sonrisa que nadie excepto ella pudo ver pero estaba cargada de malicia. 

Ella tampoco había tenido el mejor de sus días. Sus asuntos personales le ahogaban en el día a día y buscó en ese tren un modo de buscar unos días de libertad que le alejaran del trabajo. Ese proyecto en el que estaba trabajando no estaba saliendo como deseaba y se pasaba prácticamente todo el tiempo en la oficina, sin tener apenas tiempo para ella. No se había fijado en el hombre que estaba sentado a su lado ya que no dejó de darle vueltas a cómo poder encarar los asuntos que tendría pendientes el próximo día que volviera al trabajo, a la vez que perdía su mirada en el horizonte. Eso fue hasta que un roce con su antebrazo despertó su atención.

A ella le llamó la atención sus manos. Huesudas, con los nudillos visibles y las venas muy marcadas. Mientras las observaba, se recostó en el asiento y abrió ligeramente sus piernas, levantando un poco más su vestido, que casi podía alcanzar la mitad de sus muslos. Él no se perdió detalle de ese gesto. Su mente no dejó de viajar e imaginar cómo podrían verse sus piernas desde delante. Casi sin pensarlo, como si hubiese sido sin querer, hizo porque su pierna izquierda rozara la derecha de ella con el vaivén del tren. Pensó que quizá se le habría notado demasiado y que pudiera reaccionar mal, pero lejos de eso, el toque fue correspondido. Ella desplazó su pierna derecha hacia él y volvieron a encontrarse. La chispa cada vez prendía más fuego.

Los dos seguían sin mirarse. Ella notó que la respiración de él estaba agitada y eso la provocó aún más. Observaba de soslayo como su pecho subía y bajaba rápidamente y a través de un hábil juego de muñeca, con su mano izquierda se subió un poco más el vestido, dejando entrever el fin de sus medias, con un sutil encaje negro. Él, nervioso, necesitó abrir también sus piernas para dejar algo de hueco a las ganas que empezaban a crecer dentro de su pantalón.

Ella humedecía su labio inferior sin dejar de mirar sus manos. Él, apretaba el reposabrazos, como intentando contenerse, y eso hacía que sus venas se marcaran todavía más hasta que ella apretó su pierna contra la de él, abriendo todavía más sus piernas, como invitándolo a entrar sin necesidad de decirle nada. Necesitaba ver esas manos en acción. Él se percató de todo y de un rápido vistazo comprobó que el hombre de negocios y la chica de los auriculares seguían a lo suyo y no dudó en dirigir su mano hacia la parte superior de la rodilla de ella.

A la vez que hizo eso, ella dejó escapar un leve gemido que fue acompañado de una mordida de labios. Él siguió subiendo, y subiendo, deslizándose por sus medias hasta tocar la suave piel de la cara interior de sus muslos. Podía notar su calor. A ella le gustó la delicadeza con la que la tocaba, aumentando todavía más el deseo de que esas huesudas manos se perdieran dentro de su vestido.

Él desplazó sus dedos índice y corazón hacía el centro del huracán y pudo notar al instante lo empapada que estaba su ropa interior. Eso le encendió todavía más y no dudó en jugar con esa fina capa de tela que separaba sus dedos del clímax máximo que en ese vagón número 6 estaba formándose.

Ella cerraba los ojos, dejándose ir. Él, miraba alrededor vigilando que no viniera nadie y buscó la forma de separar su ropa interior y sumergirse en ese profundo océano en el que no le importaría ahogarse. Ella volvió a dejar escapar otro gemido, esta vez mayor que el de antes y desplazó su mano hacia la entrepierna de él para notar también sus ganas. Él, intensificó el movimiento mientras ella no dejó de acariciarle por encima del pantalón, invitándole a seguir.

Ella traga saliva, como intentando recuperar parte del fluido que pierde. Él no pretende parar. El sonido del tren, mientras recorre las vías, esconde el sonido de ese palpitar dentro del agua, de ese huracán descontrolado que él intenta calmar con sus manos y que termina por domar cuando ella contrae su pelvis, abriendo su boca y luchando por calmar el grito que le delate al explotar. Él, aprieta intensamente su mano contra la entrepierna de ella mientras la mira travieso, aunque sus miradas siguen sin cruzarse. Ella se muerde el labio inferior a la vez que ve cómo el huracán termina por irse, dejando todo descontrolado a su paso.

Él saca su mano de dentro del vestido y se coloca recto en su asiento. Ella se baja el vestido y cierra las piernas mientras puede notar cómo todavía le tiemblan. El tren empieza a perder velocidad. La próxima parada se acerca. Ella recoge su bolso del suelo, se levanta dándole la espalda nuevamente y se hace hueco entre las piernas de él, mientras con su mano derecha le acaricia el hombro para terminar perdiéndose por el final del pasillo.

El tren frena por completo y él la busca a través de la ventana. Todavía siente cómo el corazón le martillea el pecho por lo vivido hace unos segundos. Ella se baja y camina por el andén, dando la espalda a su ventana. Él no la pierde de vista y ve cómo se dirige hacia un hombre que la espera de pie. Se abrazan y se besan en la boca intensamente durante varios segundos hasta que entrelazan sus manos y se dirigen hacia la salida de la estación.

 ...

Él sonríe mientras el tren emprende la marcha. Comienza a ajustarse la camisa y alcanza la chaqueta que puso encima de su maleta. Su siguiente parada era la suya. Tras varios minutos esperando, baja su maleta al suelo y sale del tren. Mientras se dirigía hacia afuera, coincidió con la pareja que estaba sentada en su primer asiento.

- Oiga, muchas gracias por el favor que nos ha hecho -le dijo el chico.

- No, gracias a vosotros -respondió él.

 

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