El delito

El delito

Finalista del concurso de microrrelatos eróticos

Me crucé a mi primer amor una calurosa tarde de primavera. Y habían sido tantas ya, las tardes en que me lo había cruzado, que no pude evitar invitarla a casa para ver si, por fin, lo nuestro también florecía.

Sonó el timbre y un escalofrío me recorrió la espalda.

─ ¿Qué tal todo? ─le dije mientras pensaba en nada; en nada más allá de ella, en su figura y en lo larga que se me había hecho la espera.

Y como el que espera desespera, la besé, ¿o me besó ella? No lo sé, pero sus brazos me rodearon y ya no supe ni quise soltarme.

La ropa empezó a cubrir el suelo y la usé para guiarme hasta la cama. Allí empezó el viaje: le quité hasta el ultimo centímetro de encaje y le devoré el cuello. Se lo decoraban una serie de pecas que, inconformistas, habían decidido bajar hasta su pecho. Las rodeé con la boca y aquello se convirtió en mi pasatiempo favorito. A ella parecía gustarle: la delataban los gemidos inconfundibles que opacaban el silencio de la habitación.

Acabamos conociendo el uno el sabor del otro, pero aún guardábamos espacio para el postre. Se subió encima de mí antes de que tuviese tiempo para pensar algo más original y, aunque se me hubiese ocurrido, su forma de moverse me tenía demasiado cautivado como para expresarme con claridad.

─Me encantas. ─le confesé sin pensarlo demasiado.

Ciento ochenta segundos más tarde, con la respiración entrecortada, parecía que me hubiese asesinado: el carmín fundiéndose en mi cuello y mi cara postorgasmo la señalaban como principal sospechosa de aquel delito.

Pasé noches enteras rememorando en soledad lo que había pasado aquella tarde. No pasó demasiado tiempo sin embargo hasta que me mudé a otra ciudad, cambié de país y, por ende, de barrio. Seguí paseando y me crucé a muchos más amores, con la ligera diferencia de que no eran el primero ni tampoco primavera.

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